Cuando fui a ver Fiesta, fiesta, fiesta pero en una escolar, en una matinal. Entonces, pusieron a los chavales de los módulos en el teatro aquí de Móstoles, los pusieron en primera fila. Y a nosotros nos dieron dos entradas justo detrás de los chavales del módulo de mecánica. (…) Y fue una función completamente diferente porque aunque, ya la había visto y apelaba muchísimo a la emoción y a mis profes y a la escuela pública, yo venía muy emocionada de haberla visto una vez y quería volver a verlo por el rollo verbatim. Recuerdo perfectamente que se convirtió todo eso en algo súper tenso porque los chavales de los módulos no paraban de querer inter…. Pero, pero, ¡mayores! Rollo 18 o 20 años, de querer interactuar con los actores. Entonces, estaban todo el rato gritando, rollo: “¡El diablo, el diablo!» Y recuerdo mucho ese momento de querer como proteger… a… a Miriam Montilla, que era la actriz. Que estaba ahí y que estaba todo el rato ignorando eso. Pero es que no se podía… Y, cada vez que salía ella no paraban de gritarle: “¡El diablo, el diablo!” Y de sentirme en medio de los dos: “Hostia la obra no avanza, estos no paran de gritar de hacer chistes y encima los propios chistes empezaban a ser más graciosos que la propia obra…”. Los de atrás se estaban contagiando, los de atrás del todo, que eran los del Bachillerato de Artes, les decían que se callaran… Y, entonces, empecé a notar muchísima energía adolescente… Que… Com…, batallando súper en medio, en un asiento súper en medio. Que era evidente que no teníamos ni esa edad… ni estábamos en ese debate. O sea, se insultaban de hecho por su nombre, los de atrás con los de alante…