He sido muy poco asiduo al teatro, pero a pesar de ello, bueno o precisamente por ello quizá, recuerdo perfectamente la primera función de teatro a la que asistí: fue en Bilbao, en el Ateneo de Bilbao, un recinto que creo que ya no existe. Me llevó un tío con el que yo vivía en Bilbao, donde estaba haciendo el bachillerato y recuerdo que lo que me sorprendió ocurrió en los prolegómenos de la obra: estaba yo sentado a la derecha del todo de los que íbamos, que no sé si eran mi tío y algún hermano y yo; a mi izquierda estaba mi tío y a mi derecha estaba sentado un tipo de aspecto un poco estrafalario de mediana edad y cuando se apagaron las luces de la sala se encendió un foco muy potente que estaba dirigido hacia el escenario pero el foco se empezó a mover, se fue hacia el lateral izquierdo, luego hacia la parte de atrás, volvió un poco para adelante y entró a recorrer la fila en la que estábamos sentados nosotros. A mí me pareció que se posó encima de mí y estuvo un rato que probablemente sería un segundo pero a mí me parecieron siglos, y luego siguió y se posó encima de mi vecino de la derecha que yo pensaba que era un espectador, pero me di cuenta de que era un actor cuando se levantó y empezó a hablar con voz estentórea a la vez que se levantaba y se dirigía al pasillo y luego hacia el escenario. Esa fue mi primera vez en un teatro y me dejó un poco de nudo en el estómago y no sé si es la causa de que a partir de entonces haya ido más al cine, donde siempre he sabido que era imposible que nadie desde la pantalla se dirigiera a mí (bueno, excepto Woody Allen en aquella película en la que abría la pantalla y se metía en en la sala de espectadores). La obra no recuerdo bien cuál era, aunque tengo una vaga idea de que podía ser, quizá, Quién teme a Virginia Woolf de Edward Albee, no estoy seguro. Y el año sobre 1965, poco más o menos.